Solos y sin ocio alternativo: los jóvenes de familias con bajos ingresos abusan más de las pantallas
Uno de cada cinco menores de entornos de renta baja está en riesgo de ser adicto a los dispositivos electrónicos. Proyecto 21 ha realizado un diagnóstico de la juventud navarra donde se plasma cómo la mayoría del ocio juvenil está vinculado a los aparatos electrónicos de uso personal.
EL PAÍS. INÉS SÁNCHEZ-MANJAVACAS CASTAÑO 30 MAY 2023
Facundo no era conflictivo, ni ocasionaba problemas en casa o en el instituto. Siempre había sido “un chico muy responsable, muy disciplinado”, asegura su madre, Ninfa Alarcón. Sin embargo, cuando tenía 15 años, su tutora llamó a su madre para contarle que no iba a clase y cuando acudía era a partir de las doce del mediodía. Fue entonces cuando se dio cuenta de que su hijo se había enganchado a los videojuegos. Ella estaba fuera de casa casi todo el día por su trabajo y Facundo, que se quedaba solo, “pasaba jugando horas y horas”, dice Alarcón. El adolescente llegó a estar más de 12 horas seguidas frente a la pantalla del ordenador.
Este caso no es algo aislado. Los jóvenes españoles pasan entre semana más de tres horas diarias delante de una pantalla y los fines de semana llegan a las cinco horas. Son datos del informe PASOS 2022 de la Fundación Gasol. Sin embargo, la OMS aconseja no exceder las dos horas diarias. Este uso excesivo se relaciona con varios factores, y uno de ellos es la situación económica de las familias. El informe refleja que casi el 70% de los menores que pertenecían a un entorno de renta baja excedían las recomendaciones de la OMS entre semana. Es un 9% más que los que pertenecían a las familias de mayores ingresos.
Facundo, que ahora tiene 18 años, y su madre, de 47, llegaron a España desde Perú, su tierra natal, en 2018. Debido a una situación económica complicada, pidieron ayuda a Cáritas. Viven en Segovia (Castilla y León) y durante los primeros años no tenían internet en casa, así que el adolescente iba a la biblioteca municipal para utilizar los ordenadores de allí. Si se llevaba su carnet y el de su madre podía conectarse durante cuatro horas, lo que ya supone un uso excesivo, según la Fundación Gasol.
Cuando Ninfa Alarcón pudo permitirse contratar internet para el hogar, la situación se acentuó porque Facundo podía usarlo casi ininterrumpidamente. Ella se marchaba de casa a las cinco de la mañana y no volvía hasta bien entrada la tarde, por lo que su hijo podía quedarse jugando al ordenador sin supervisión. Cuando se enteró de la adicción del chico, Alarcón quería creer en él y no tomó medidas hasta que la llamaron por segunda vez del centro. “Tampoco lo podía controlar porque mi situación laboral no me lo permitía, si me quedaba en casa no podía ganar dinero”.
En febrero del año pasado, Cáritas publicó un informe, financiado por el Ministerio de Sanidad, sobre el uso abusivo de los dispositivos electrónicos (más de seis horas diarias). En las familias entrevistadas de menor renta, el riesgo de adicción afectaba a casi el 21%. Más de uno de cada cinco. Carmen García, responsable de los programas de Infancia y Familia de Cáritas España, destaca como aspectos detonantes la soledad, la falta de ocio alternativo, la ausencia de motivación y el deseo de evadirse de su realidad.
El largo tiempo que pasan solos los jóvenes de familias de bajos ingresos es un factor crucial, explican Genís Según, de la Fundación Gasol, y Carmen García, de Cáritas. Tampoco tienen muchas más opciones de ocio si no cuentan con parques cerca de casa, o si los que hay no están en buen estado o no son seguros, expone García. Además, en muchos casos los padres tampoco pueden permitirse que sus hijos realicen actividades extraescolares durante las tardes, lo que les ocurría a Alarcón y Facundo.
Para atajar el problema de su hijo, Alarcón pidió ayuda a Cáritas y comenzaron a trabajar con una de sus psicólogas. Desde ese momento, ella tenía que llevarse en el bolso el router y todos los cables del ordenador para que él no pudiera utilizarlo. “Aun así, él encontraba cables por la casa que podía usar, era como un adicto a las drogas o al alcohol”, lamenta la madre.
Adicción y conflictos familiares
Aunque no encajan con el perfil de familia de renta baja, Marta y Daniel (ambos nombres ficticios para proteger sus identidades) también recibieron la ayuda de Cáritas por una situación similar. Son madre e hijo y viven en Gijón. Cuando comenzó la primaria, a los seis años, el colegio le proporcionó a Daniel un ordenador para estudiar, que él utilizaba también para jugar. A los nueve años ya se había convertido en un problema: “El momento de quitarle el ordenador o decirle que lo apagara ya suponía un conflicto. Rompió muchas cosas”, recuerda su madre.
El menor pasaba jugando entre 10 y 12 horas diarias: “Casi no dormía”. La situación se fue agravando hasta que un día, con 11 años, Daniel empujó y pateó a su madre. Ella tuvo que llamar a la policía y, tras el conflicto, comenzaron a trabajar con el Equipo de Intervención Técnica de Apoyo a la Familia (EITAF), de los servicios sociales municipales. A través de ellos, Daniel comenzó a acudir al Llugarín, un centro de día de Cáritas, donde pasaba las tardes mientras Marta trabajaba. Ahí hacía sus tareas escolares y trabajaban con él en su adicción y los conflictos familiares. Aunque contaban con la ayuda del EITAF y de Cáritas, Marta tuvo que dejar su trabajo porque pasaba muchas horas fuera de casa.
Ahora el joven ya casi no juega a videojuegos, los ha sustituido por las redes sociales y ha reducido mucho las horas delante de la pantalla. Sus padres instalaron en su móvil un servicio de control parental que le restringe el uso de internet a un máximo de cuatro horas al día. Aun así, al echar cuentas, Daniel dice que entresemana pasa entre cuatro y seis horas diarias con las pantallas (televisión y móvil). La cifra se eleva hasta las siete u ocho horas el fin de semana, que es cuando no le limitan el teléfono.
Muchas veces el problema es que los niños están con el móvil, pero sus padres y madres están al lado haciendo lo mismo
Carmen García, responsable de los programas de Infancia y Familia de Cáritas España
Carmen García, de Cáritas España, explica que para los menores que pertenecen a entornos de renta baja, los videojuegos también tienen la cualidad de que les dejan ser quien quieran ser. “Les permiten salir de su realidad, que es bastante complicada, y abstraerse de ella”, detalla. García advierte, además, de que cuando se trata de jóvenes que pertenecen a entornos marginales tienen más probabilidades de utilizar el mundo digital ocultando su identidad. “Niños de la Cañada Real nos han llegado a decir que no dicen la zona en la que viven para evitar que les rechacen”, detalla.
La responsable de Infancia y Familia de la ONG señala también que en muchos casos los menores son un reflejo de sus mayores: “Muchas veces el problema es que los niños están con el móvil, pero sus padres y madres están al lado haciendo lo mismo”. Recalca que cada vez los límites que ponen los adultos son más difusos y que en muchos casos hay, incluso, problemas de percepción. Cuando elaboraron el informe, desde Cáritas se quedaron sorprendidos al ver que los padres consideraban que las normas en el hogar estaban claras con respecto al uso de pantallas, mientras que los hijos declaraban no tenerlas, o tener muy pocas reglas.
La ONG propone que los padres pongan límites reales, pero que no los apliquen solo en sus hijos, sino que ellos también sigan sus propias normas. Apuesta por restringir el uso de las tecnologías y por el tiempo de calidad en familia como elementos fundamentales. “Hay familias que no saben cómo implicarse en la educación de sus hijos, cómo acompañarlos”, afirma García.
Cáritas también muestra la preocupación por la falta de motivación que observa en estos niños ante su contexto. No tienen los recursos económicos, pero muchas veces tampoco tienen otros apoyos de sus familiares más cercanos y eso engloba también la parte motivacional. Destaca también que en muchos niños han observado una total falta de motivación: “No tienen expectativas ni sueños”. García habla de la transmisión intergeneracional de la pobreza. Los niños se ven reflejados en sus padres y en sus abuelos. “Aceptan que, aunque no les guste, es la vida que les ha tocado y no va a cambiar. Su situación les aburre y se evaden con las pantallas”, concluye.
Fuente: EL PAÍS (Edición digital 30/05/2023)